Análisis "Salto mortal", Kenzaburo Oé. (5)


Sobre el Estilo.



Oé pareciera ser consciente del reto que la novela, por su extensión, supone para el lector y, con el fin de facilitar su experiencia, divide el texto en capítulos pequeños, cada uno de ellos divididos a su vez en cuatro o cinco numerales. Por lo general cada capítulo es una unidad temática, bien sea de situación o de personaje, y, en la mayoría, el primer numeral es usado a modo de introducción de dicha unidad o del entorno que la rodea. Pero a la ayuda que una estructura de este tipo pueda prestar al lector, se opone la exigencia de muchas páginas carentes de acción y sin peso anecdotario y, por el contrario, ricas en descripciones de lugares o de situaciones a un nivel de detalle tal que resultan casi anacrónicas en el contexto de la literatura contemporánea (hay que recordar que Oé se especializó en novela francesa del siglo XIX). El regodeo en el detalle podría hacer parecer que las páginas iniciales de varios capítulos son anodinas y prescindibles. Como es obvio que no lo son, vale preguntarse su función (más en una novela de ochocientas páginas). Más allá de la evidente tarea introductora o de reconocimiento del entorno, estas páginas cansinas forzan un ritmo determinado y el transcurso de una experiencia con velocidades establecidas por Oé a las que el lector tiene que someterse.
Y no sucede sólo con ciertas páginas: el capítulo 5: “El comité Mossbruger” es una isla en la novela. Al terminar de leerlo me pregunté qué función tendría en la historia, si la situación (Ogi tiene una aventura con una mujer casada) vendría a cuento más tarde o tendría una influencia en el futuro de los personajes o del movimiento religioso. Pues en realidad no. Al final de la novela la amante de Ogi vuelve a aparecer, pero el peso que tiene pareciera no ser el suficiente para haberle dedicado un capítulo entero a ella y a la aventura amorosa. ¿Esconde un artificio ese capítulo? Podría ser un movimiento de distracción, similar al de un mago que agita un pañuelo rojo con la mano derecha para que no se noté que con la izquierda está sacando una carta de la manga; sin embargo, aunque en la literatura hay artificios de este tipo muy famosos, el capítulo 5 de Salto Mortal no pareciera ser uno de ellos, pues el capítulo seis retoma la trama donde la había dejado el cuatro. Así que se hace evidente que Oé es un dictador literario que obliga al lector a atravesar pasajes sólo con la intención de procurarle una experiencia determinada y sin mostrar mucha piedad hacia él. La maratónica tarea impuesta por Oé al lector se dificulta deliciosamente con el desarrollo de temas, páginas y discursos que no tienen una función distinta a la experiencia estética. 
Otro recurso que suma a su idiosincrasia dictatorial es la repetición. Una y otra vez nos es narrado un mismo evento y una y otra vez nos es contado el rasgo principal de un personaje. La relación de Patrón y de Guiador, por ejemplo, es descrita muchas veces a lo largo del texto. Nos lo cuenta Patrón, luego Guiador, páginas más adelante Kizu, luego Patrón de nuevo, después Ikuo. Y todos nos cuentan lo mismo: que Guiador traducía en palabras de acá las visiones de Patrón. Otro ejemplo es la reiteración con que se describe a Ogi como “el inocente muchacho” o las veces en que se habla de la boca semiabierta de Bailarina. No es una repetición como la de Thomas Bernhardt, que produce cierta cadencia y eufonía en la lectura. Es más bien una repetición que podría, como otros recursos de la novela, parecer ingenua. Sin embargo hay una posibilidad distinta: Oé repite lo que no se debe pasar por alto, lo que es más importante, como si resaltara de un texto su frase más reveladora con un color fosforescente, le pusiera una banderilla, le dibujara un asterisco y la encerrara, por si acaso, en un cuadrado. De ser así cabría pensar que la tarea “traductora” de Guiador más que importante, es decisiva en la novela. Podríamos afirmar que Salto Mortal habla, sobre todo, de lo inefable y de la religión como una manera de acercarse a lo inefable (Al respecto el post número cuatro de esta serie). Si un cierto panteísmo al estilo del Tao se entrevé en las visiones de Patrón, se puede afirmar que, en la novela, al Hombre le corresponde configurarse como puente entre la fuerza que recorre al universo y el hombre mismo. El Hombre como puente sólo es factible si se abre a la traducción de lo inefable.
Siguiendo por esa misma línea interpretativa de la repetición como énfasis, tendríamos que concluir que de Ogi lo más importante sería su ingenuidad, que de Bailarina su carácter expectante (boca abierta) y que de Ikuo sus similitudes con el Jonás bíblico.

Comentarios

  1. Muy buenos días,
    acabo de terminar la novela con el correspondiente cansancio que genera y un toque de sorpresa y perplejidad.
    Todas sus entradas me han parecido un ejercicio precioso de sensibilidad y análisis literario. Me han sido de muy valiosa utilidad y me ayudan a reflexionar y emprender otras visiones de la obra.
    Un gran trabajo, veo que ha hecho un trabajo bien consolidado de otros temas en su blog. Enhorabuena.

    Un saludo

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