Sobre "Libertad", de Jonathan Franzen

   Uno de los tantos millones de datos irrelevantes que se apretujan en la todopoderosa Wikipedia es que el todopoderoso Obama fue uno de los primeros compradores de  Libertad, la novela de Jonhatan Franzen. Al leerla se entienden las razones: En primer lugar por ser una novela política, casi panfletaria; en segundo término por lo bien parado que deja al señor presidente de Estados Unidos; y en tercer lugar, y sobre todo, por ser una novela fatídicamente fácil. Es tan poco exigente la lectura del libro de Franzen que, aunque uno tenga por trabajo el manejo del país más complejo del planeta, podrá leerlo en las noches, arrebujado entre sábanas presidenciales y en incipientes estados de duermevela, con la seguridad de que al día siguiente sus imágenes no lo perseguirán, ni que sus frases producirán ecos que lo distraigan de seguir manejando el mundo. Justo antes de comenzarla acababa de leerme El extranjero, y no puedo dejar de comparar el poco trabajo que me costaron las 650 páginas de Libertad, con la dificultad que las 140 de Camus me produjeron. Leer El extranjero es como ver Nostalgia, de Tarkovsky; leer Libertad es enconcharse en un sofá a ver de corrido toda una temporada de American idol. Una tras otra van pasando las páginas y, de repente, han pasado dos, tres horas de lectura. Así de entretenida es la novela. Franzen se dedica al entretenimiento y en eso es un maestro. ¿Que cuál es el problema? ¿Que si es que acaso no me gusta entretenerme? Por supuesto que me gusta, por eso terminé el libro.

   De nuevo Wikipedia: 10 años se le fueron a Franzen escribiéndola. Entendible: la novela es de naturaleza exhaustiva: abarca tres generaciones de una pequeña familia a lo largo de tres o cuatro décadas y abarca, también, la hondura sicológica de tres, cuatro y quizá hasta cinco personajes de dicho núcleo familiar. En esta excavación sicológica reside la mayor virtud de la obra, o su mayor defecto, dependiendo de quién sea el televidente. Al parecer a gran parte de la crítica literaria –y de los sesudos dirigentes mundiales– les lleva al paroxismo el catálogo de complejos, traumas y tipologías conductuales  que el novelista exhibe con gran dosis de habilidad narrativa. Sin embargo, a otros nos –estoy seguro de no estar solo– puede parecer excesivo, demasiado clínico y en extremo realista. Al respecto un pecado enorme: Uno de los personajes funge como narrador en una autobiografía inserta en el corazón de la novela. Es una mujer adulta, ex-jugadora de baloncesto, ama de casa depresiva, amante insatisfecha y madre confundida que al parecer podría sumar una característica más: experta en los misterios de la psiquis humana. En varias ocasiones este personaje se despacha con iluminaciones sobre los ocultos motivos del comportamiento de sus hijos, sobre las culpas que arrastra el subconsciente de su esposo, sobre las pulsiones de su amante. Al contarnos los pormenores de la vida de Patty Belung, Franzen olvidó mencionar que ésta se había gastado media existencia estudiando toda la teoría psicoanalítica desarrollada en el siglo XX.
    
   De infortunio en infortunio va desarrollándose la vida familiar de los Berlung: La chica se enamora del mejor amigo de aquel que en el futuro será su esposo; los hijos de la chica, ya adulta, resultan rebeldes; el esposo descubre la infidelidad de su esposa; el divorcio; la muerte de la hermosa joven que prometía traer justicia al oprimido padre de familia; los solitarios años de separación; los problemas económicos y legales de cada protagonista, etcétera, etcétera. En medio de este novelón se oculta un ladrillo medioambientalista, cuyas páginas atiborradas de datos estadísticos sobre explosión demográfica y especies en vías de extinción, son las únicas que demandan al lector un poco de esfuerzo y permiten al sueño ganar terreno y declararse victorioso tras el ineludible bostezo del señor presidente. Un billete de cincuenta dólares habrá servido de marcador de página, justo antes de que el mamotreto que lo hace ver inteligente en las reuniones con los congresistas descanse sobre la mesita de noche.


    Finalmente, tras haber adoctrinado por más de medio millar de páginas en cuanto a las diferencias que existen entre las personalidades orales y las anales, y en el impacto que los gatos domésticos causan en el hábitat de las especies canoras endémicas de los Estados Unidos, la novela se desbarranca en un final feliz, insípido, digno de la imaginación de cualquier abogado pensionado que se da a la escritura como plato de jubilación. Reina el amor y el perdón en el mundo, los hombres son una  especie incapaz de cometer un mal tan profundo que no pueda ser dejado atrás en el olvido. En fin: el mundo feliz que en todo el orbe prometen las grandes cadenas televisivas ha llegado, por fin, a la literatura. 



Comentarios