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Una de "Todos los hermosos caballos", de Cormac McCarthy
El protagonista de la novela está domando 16 potros completamente salvajes. Les amarra las coces, los tumba al suelo, se pone a horcajadas sobre su cuello y les aprieta la cabeza contra el pecho. Acariciándoles los ojos les habla, les dice todo lo que va a hacer a continuación con ellos.
Luego los amarra en puntos distintos del establo, y McCarthy suelta esta frase hermosa:
"Parecían animales atados por niños para divertirse y estaban esperando sin saber qué, con la voz del domador resonando todavía en sus cerebros como la voz de un dios llegado para habitarlos."
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