Análisis "Salto mortal", Kenzaburo Oé. (4)

Patrón tiene contacto con el mundo de allá a través de sus visiones; sin embargo es incapaz de poner en palabras su experiencia mística, es incapaz de comunicarla. Para ello requiere de Guiador, quien posee el don de traducir al lenguaje de acá lo que el otro ha visto. De esa manera, los dos hombres, resultan ser figuras complementarias que, podríamos aventurar, configuran una única entidad: un personaje escindido en ellos dos que desaparece cuando el traductor muere. Si sumamos el éxtasis (Patrón) a la capacidad de comunicarlo de manera verbal (Guiador), tenemos como resultado un poeta místico; entonces comprendemos el afán del personaje: luchar contra el carácter inefable de lo trascendente, trasladar lo inefable al lenguaje ordinario y ofrecerlo al hombre común.
Cubierta del libro de Job ilustrado por Blake. 1825
Al perder a su complemento, Patrón comienza la búsqueda de un sustituto. Como candidata primera aparece la pintura, representada por Kizu, quien, en ese momento de la novela, puede ser una versión de William Blake, poeta místico del que Oé ha hablado a menudo y a quien ha reconocido como una de sus principales influencias. Al igual que Kizu, Blake halló en la pintura un modo para hablar de Dios y, al igual que Kizu, ilustró escenas sobre Job. Sin embargo las pinturas no logran su cometido: en ellas Patrón encuentra más un oráculo que un traductor de sus visiones y todo por una simple razón: las visiones no han vuelto a acometerlo. Quizá como un intento de provocarlas, Patrón se acerca a Morio, poseedor de un medio distinto a la palabra y  a la imagen: la música. Y, aunque la espera resulta infructuosa, es con Morio, con la música, con quien Patrón parece sentirse más cómodo y fusionado, hasta el punto de parecer, en segunda ocasión, la mitad de un personaje.


La queja de Job. W. Blake.


La novela transcurre durante la espera inútil del regreso de los trances místicos de Patrón. Ni la pintura ni la música logran ser el puente, como lo fue la palabra, entre lo humano y lo divino. Pero no se debe leer en ello la afirmación, por parte de Oé, de que sólo la poesía puede ser el puente adecuado; más bien podría entenderse como un discurso sobre la fugacidad con que el hombre puede acercarse a aquello que está más allá. Cualquier puente (Guiador, Blake o las rayas del tigre borgeano) entre Dios y el hombre ha de ser transitorio, un puente fantástico que desaparece a medida que es andado, las huellas del zorro borradas por su propia cola.

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