Cuando se piensa
en una red se piensa más en los hilos del tejido, que en los espacios vacíos de
la trama. En la literatura, por ejemplo, si se quiere analizar la estructura de
una novela, se contemplan los personajes, el narrador, el conflicto, etc. Sin embargo
hay textos, que si los compararamos con una red, serían redes en las que los
espacios vacíos son más decisivos que los hilos, pues son estos vacíos los que
logran atrapar eso tan etereo que las novelas persiguen (una idea, el estado de
ánimo de un personaje, el sustrato de algunas relaciones humanas, o quién sabe
qué más). La obra de Beckett es un ejemplo de este tipo de redes.
A Beckett llegué hace poco, muy poco, a penas hace un par de meses. Esperando a Godot, Fin de partida, Acto sin palabras, La última cinta y Molloy es lo que he leído. Ahora cada vez que comienzo un libro de él me llena de emoción pensar en todos los vacíos que iré llenando con el transcurrir de las hojas. Y es que con Beckett soy un lector más activo que con cualquier otro escritor. Beckett me lo exige de esa manera. ¿Quién es Godot, quién Molloy, quién Pozzo, quién Clov? ¿Qué significa el pito que suena fuera de la escena, o el gong que se oye en un bosque y en una cocina, o las canecas en las que viven dos personajes? Cuando a Beckett le preguntaron qué significado tenía Godot, dijo que no lo sabía, que si lo hubiera sabido lo habría escrito. Esos son los vacíos con los que teje Beckett, y a ellos quedamos adheridos durante la lectura de sus textos.
Molloy, primera
novela de la trilogía beckettiana, es el texto más cargado de silencios de los
que hasta ahora he leído de Beckett. Allí el lenguaje tiene una función más
encubridora que reveladora y los narradores están más preocupados por desdecir
que por contar. Tras leerla no se sabe quién es quién, cuántos quienes hay, ni
qué sucedió con ellos en realidad. Peciosa manera de callar tenía Beckett:
escribiendo. ¿Qué es este libro? ¿qué persigue atrapar? Ese es quizá el
silencio mayor. Ante una obra tan poco auto-definidora, uno podría decir
cualquier cosa para responder a esa pregunta. Toda respuesta habrá de ser
válida si tiene asidero en el texto. Aquí mi apuesta por llenar ese silencio,
por encontrar una de las tantas respuestas que a él se podrían dar.
Molloy es un arte poética que se disfraza
de novela. Es una postura personal sobre el oficio de la escritura, sobre lo
que Beckett perseguía al escribir. Molly
está dividido en dos partes, cada una narrada en primera persona por su
protagonista (Molloy en la primera parte, Moran en la segunda). Ambos
personajes están dedicados a la escritura del texto que el lector de la novela
está leyendo. Son escritores. Y en el ejercicio de la escritura recorren una
trayectoria de decadencia (van perdiendo miembros de su cuerpo, también el oído
o el olfato, sus prendas de vestir, la capacidad de movimiento y terminan
sumidos en el desvarío y la minusvalía). En esta poética Beckett concibe al
escritor como un ser hundido en la locura. Incluso creo que concibe al escritor
como un ser que desciende a la locura, que se transforma en lo más
abyecto cuando emprende la persecución de un personaje (Molloy en busca
de su madre, Moran en busca de Molloy). En ambos casos, tras tocar fondo, el
escritor empieza a escribir.
¿Y qué es la
escritura, qué tipo de labor es? Es una tarea impuesta al escritor
"Todo es fastidioso en ese relato
que se me ha impuesto (...) Y si no
tiene la fortuna de agradar a quien me lo encargó (...)", dice Moran.
Aquello que impone al escritor la labor de escribir es un orden superior que,
aunque en la trama de la novela está representado por personajes de carne y
hueso (en el caso de Moran, su jefe; en el de Molloy, el hombre que le exige
papeles semanalmente), en realidad no es un quién, sino un qué. Ese orden
superior es la necesidad de entender la voz interna propia. El escritor y el
reconocimiento de su propia voz: Dice Moran al final de la novela: "Ya he hablado de una voz que me decía esto y
lo otro" y explica que al principio él no entendía lo que decía esa
voz, pues no le hablaba con las palabras que él conocía. "Pero he terminado por comprender su
lenguaje. Lo he comprendido, lo comprendo, quizá erróneamente. No es éste el
problema. ¿Es decir que ahora soy más libre? No lo sé. Ya aprenderé. Entonces
entré en casa y escribí". Sólo al comprender esa voz interna, el
escritor puede escribir.
Ahora retomo la
idea de la persecución de un personaje. Para Beckett es, por un lado, una
persecución inútil (Moran nunca encuentra a Molloy) y, por otro lado, eterna
(Moran, ya de regreso en su casa, espera todavía encontrar algún día a Molloy).
El resultado de esta persecución inútil y eterna es que Moran se transforma en
Molloy (hasta Wikipedia señala las semejanzas de uno y otro). Mejor dicho: el
escritor se vuelve el personaje. En esta poética se afirma que el escritor
escribe sobre sí mismo, siempre, de manera inevitable. Beckett gustaba del
Unanismo literario, una corriente que ve en el hombre al Hombre, en el
individuo a la totalidad de la humanidad. Por eso Molloy se viste en un pasaje
de mujer, por eso Molloy es y no es (cada vez que da una característica de su
personalidad o de su físico termina, líneas más adelante, desmintiéndola), por
eso Molloy es personaje y escritor, por eso Molloy está vivo y al mismo tiempo
dice estar pudriéndose en su tumba, por eso recorre montañas, desiertos,
llanuras, bosques, es decir el mundo entero. Molloy es el Hombre, y para el
escritor, perseguir a Molloy es perseguir a todo hombre y, por ello, a sí
mismo.
Y por
último hablaré del tiempo, que está tan extrañamente concebido en este libro.
Se puede interpretar que el comienzo es la segunda parte; pero también estaría
justificado pensar que el comienzo se da cuando Molloy comienza a escribir; así
como también pensar que la historia arranca cuando Molloy emprende la búsqueda
de su madre. Mejor dicho: hay muchos comienzos posibles, por lo cual no hay
comienzo. Igual suerte corre el final. A esta rompezón de la línea temporal se
suman los momentos en los que el par de escritores dudan del tiempo verbal en
el que deberían narrar: "Habría que
escribir otra vez todo esto en pluscuamperfecto", dice Molloy tras
haber narrado un pasaje en presente; más adelante dice: "Hablo en presente por lo fácil que resulta
hablar en presente cuando se trata del pasado". Y Moran culmina (¿culmina?)
la novela con esta enigmática construcción: "(...) es media noche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No
llovía" Y me pregunto: ¿Qué está negando Moran: el evento (medianoche,
lluvia) o el tiempo verbal adecuado para escribirlos (pasado o presente)? Como
no hay respuesta “correcta”, entonces puedo tomar la que más me guste. Me gusta
aquella que habla del tiempo verbal, porque me permite pensar que Molloy,
como arte poética, afirma que la literatura es un fenómeno que no se rige por la
concepción temporal normal (aquella que entiende al tiempo como una sucesión
progresiva del pasado al presente y de éste al futuro), sino que es un fenómeno
regido por un tiempo único en el que pasado, presente y futuro son tan
distinguibles como una hoja en blanco, caída sobre la nieve.
Muy buen post.
ResponderEliminarA propósito de las preguntas que te haces sobre la última frase de Molloy
("es media noche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía") yo diría, en otra clave de lectura (no muy distante a la que aquí se propone), que se trata no sólo del tiempo verbal que se elige al escribir, sino sobre todo de la farsa del leguaje, de todo aquello que éste encubre. Me explico: no era media noche y no llovía mientras el escritor (¿Morán? ¿Beckett?) tipeaba las líneas que le dictaba aquella voz de manera imperativa.
El autor está condenado a mentir porque el lenguaje en sí mismo es una representación, y más aún en la narrativa. Pues bien, a través del dispositivo de máscara, el lenguaje encubre este hecho (el de estar enunciando una ficción): para el lector todo ocurre y más aún si la estrategia narrativa es impecable, y la de Beckett lo es (tanto así que creemos que quien está narrando es Morán y no Beckett). La forma que encuentra Beckett para enunciar este asunto es "señalarlo" no de manera directa, con el dedo índice, sino a través de esa red de la que hablas (hecha, sobre todo, de vacíos). Y esa construcción siempre incierta de personajes, acciones y lugares, es otra forma de revelarnos la farsa, la invención caprichosa del escritor. Sólo eso quería agregar. Y a pesar de todos los esfuerzos de Beckett por develar el misterio, el dispositivo sigue funcionando en su obra (¡qué frustrado debió haberse sentido Beckett!)
Querida letra y querida palabra: Qué bueno encontrar comentario de ustedes. Me gusta su idea del lenguaje como máscara que encubre otra máscara, el lenguaje disfrazando a la ficción de realidad, creando la ilusión de realidad. Una matrioska de máscaras es una imagen poderosa.
ResponderEliminarGracias por la lucidez de sus comentarios. Espero verlas de nuevo por estos lares. Yo andaré por los suyos.