Veladas



   Veladas es una acción artística que ha sido llevada a cabo en espacios públicos bogotanos en tres ocasiones distintas. Su accionar básico es sencillo y requiere solo de tres elementos: un corpus de textos escrito por mujeres, un grupo de mujeres que se congregue para leerlo, y un velo de casa, que colgado separa el espacio que ocupan las lectoras del espacio destinado al público que transita por el lugar.


Ruinas de la Casa Museo Jorge Eliecer Gaitán, noviembre 2 de 2019

   En sus tres ediciones la mayoría de los textos leídos han girado en torno a la violencia; cada mujer escoge un escrito y lo lee en voz alta una y otra vez por espacio de una hora, al tiempo que sus compañeras hacen lo mismo con los escritos que han escogido, en un ejercicio de acercamiento, sensibilización, interpretación y juego con el texto que crea una lectura consciente aunque mántrica, íntima aunque colectiva. Un coro caótico que desarticula el lenguaje, que lo fragmenta, y que al hacerlo le otorga una potencia que rebasa la potencia de las palabras tanto en significado como en expresividad. 

   Del otro lado del velo hay un público (o transita un público) que no entiende bien lo que está sucediendo, que no puede ver con claridad los rostros de las lectoras ni sus interacciones, que espera inútilmente momentos musicales, sincronías vocales o la transgresión del velo por parte de las lectoras; un público que se aburre porque cree que la acción que está presenciando se desarrolla para sus ojos y para sus juicios, cuando en realidad los impactos que Veladas suscita, sus conmociones, suceden en el espacio de las lectoras, entre sus pechos y en sus cabezas; no en los espectadores. Una vez el tiempo de lectura ha terminado las lectoras se reúnen y hablan de la experiencia, de lo que significa leer una y otra vez la historia de la mujer transexual que fue violada colectivamente en una cárcel de hombres, o los poemas cortos de María Mercedes Carranza sobre la larga historia de nuestras poblaciones arrasadas por el fusil; hablan de cómo esos textos van cobrando peso en esos minutos de lectura repetitiva, de cómo se meten por la piel para emerger hechos lágrimas; hablan de cómo sus propias voces se permiten romper los esquemas sociales del decoro y alzarse en gritos o acurrucarse en susurros; o de cómo, durante esos minutos de lectura colectiva, se suspende en el espacio de las lectoras la manía social de lanzar juicios continuamente sobre el hacer propio y el de las demás mujeres. 


Museo Universidad Nacional de Colombia, julio 20 de 2019















En su página web (https://carolopezj.wixsite.com/veladas) Veladas afirma que su objetivo es liberar las voces femeninas que han sido calladas o ignoradas; sin embargo creo que lo que Veladas consigue es algo distinto: la reformulación temporal de los marcos interpretativos sobre los que operan nuestros juicios de valor frente al actuar femenino. Y todavía más interesante: esa reformulación de los marcos no opera en nadie más que en las propias lectoras. Interesante porque en Veladas el concepto de autoría es como un pastel de cumpleaños: es de todo aquel que asista a la fiesta. Así que estas lectoras son a su vez autoras y público; son ellas las que potencian los textos, las que los escarban, las que los pasan por el tamiz de su corazón y son ellas, a su vez, las afectadas, las que comienzan en un lugar y terminan en otro distinto, movidas por la invitación a dejar correr la voz sin ataduras sociales, sin el silencio que el patriarcado ha impuesto sobre la voz femenina y que las mujeres han acatado durante siglos (o milenios, dependiendo del autor que se lea) y que han hecho propio, ese silencio que las mujeres, sin notarlo, han naturalizado en sus cuerpos. Voz e imagen han sido dos de las garitas desde las que se ha regulado el actuar femenino –regulado y autorregulado–; las lectoras de Veladas, durante el desarrollo de la acción, dan a su voz y a su cuerpo un valor en el que la mirada ajena pierde su peso regulatorio.



Ruinas de la Casa Museo Jorge Eliecer Gaitán, abril 9 de 2019

   Veladas provoca preguntas: ¿Si la acción no entrega un objeto estético/experiencia performática al público, entonces para qué tener un público? Las respuestas pueden ser variadas y tener diversos órdenes: sin embargo lo que me parece importante es no responderla sin tener en cuenta dos aspectos, por un lado el efecto que el público pueda tener en las lectoras, porque aunque la invitación sea a olvidar la mirada ajena que constantemente aprueba o desaprueba el actuar femenino, el hecho de que esta mirada esté presente durante la acción carga de provocación y orgullo el gesto; por otro lado el valor simbólico que este público puede tener como mecanismo de control, como panóptico por excelencia. Siguiendo ese último orden interpretativo, ¿es Veladas, con su división binaria del espacio, con el velo levantado cual muro de Berlín, cual muro fronterizo norteamericano, una reproducción del modelo de sublevación femenino a lo masculino? Creo que sí, que esa lectura es posible, incluso quizá sea la primera; sin embargo, en ese mismo orden interpretativo, en Veladas el modelo se replica para pervertirlo, se replica para redirigirlo. Lo pervierte el viento, que elevado por las voces de las mujeres levanta el velo del silencio, levanta la frontera de lo binario, descubre al voyeur ante la mirada del espiado; y lo redirige en cuanto permite a las lectoras dar a su voz y a su propia autoaceptación una perspectiva distinta: ser la mujer que gruñe, que habla con voz de ogra, peluda e indomable; o ser zumbido que revolotea en torno a las otras lectoras, sin propósito fijo, sin metas por alcanzar, ser zumbido sólo por el zumbido mismo y en el zumbido agotarse. 



   Sharon Olds dice “cada madre lleva una mujer colgada al cuello: / su propia madre / que la ase y la hunde / en la luz que se apaga”. En Veladas las lectoras no tienen una mujer colgada al cuello, tienen veinte o cincuenta, las que hayan respondido a la convocatoria, con sus voces reventadas desapacibles, ajenas durante una tarde a los corsés que indican el modo en que deben hablar las mujeres, ajenas a la complacencia con la que se calla o se sonríe cuando lo que pide el cuerpo es gritar, esa complacencia con que las mujeres unen y cuidan de su grupo y que, al mismo tiempo, limita su lugar y el modo de recorrerlo. En Veladas el velo puede ser muchas cosas (frontera, límite, himen, muro, membrana – no son mis adjetivos, son recogidos de otros); pero antes que eso, por debajo de eso, es imagen, vehículo de sentidos. Incompleto él solo. Ávido de voces y viento para terminar de significar. 







PD. Acabo de ver una película hermana de Veladas, un proyecto que también reúne a mujeres para leer las voces de otras mujeres distantes en el tiempo: Yours in sisterhood, película de la norteamericana Irene Lusztig. Más allá de la lectura y del carácter femenino de los dos proyectos, las une un concepto misterioso: la encarnación. Encarnar la palabra y empalabrar la carne. Algo se agita en los cuerpos.

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